miércoles, 12 de septiembre de 2012

Elige.

I.

Diecisiete. Recuerdo la opinión que tenía de pequeña sobre los adolescentes, sobre esa panda de niños altos que jugaban a ser adultos fuera de casa. Me costaba imaginar que yo, tan huesuda y soñadora como era, pudiera llegar nunca a ser uno de ellos. Imaginaba a mi cuerpo incapaz de crecer tanto,  mi cara aniñada no podía inspirar más que ternura o exasperación, mi carácter introspectivo y subrealista ante la imposibilidad de madurar o de fingir que lo hacía. Y aún hoy, a mis diecisiete años, diecinueve días y unas cuantas horas mi mente no me concibe como una de esos niños grandes que miraba desde un metro abajo. Como si al formar parte de esta generación quisiera creer que no es lo mismo, aunque sepa que sí.

Soñadores, revolucionarios e ingenuos hasta la médula; como si fueramos los primeros en el mundo en esta etapa de la vida, como si nuestros padres hubieran nacido ya viejos. Mis amigos y yo poseemos ese aire de aquellos que se sienten genuínos. Y la verdad, es que todos ellos lo son.


Supongo que formamos un grupo pintoresco, no somos los típicos pijos, ni los que van de hiphoperos, ni los frikis de negro; más bien somos algo menos de una veintena de gente que un buen día decidió que merecía la pena quedar todos los sábados para beber, fumar y lo que surgiera. El alcohol nos define, aunque no sea poético, a veces la realidad no es nada poética. Aunque algunos se lleven como es natural mejor con unos que con otros, al final  en la terraza de mi casa, con media docena de botellas vacías, el suelo lleno de carbón de cachimba y cortinas de humo representamos una comuna hippie en amor pero sin paz. No, la paz no es para nosotros.

Yo, que la sociofobia había formado parte de mi vida hasta hace nada de repente me vi ante el echar de menos antes de que se hubieran ido. Yo, ajena toda mi vida al romanticismo de la amistad, este había pasado a negrita en las lineas que conforman mi vida actual. Les tengo a todos un repeto tremendo por el simple hecho de apoyar mis excentricidades, compartir las suyas conmigo y pasarlas por alto en los casos más extremos (Como mi obsesión con los hematomas, hablar como ya nadie lo hace, entre otros).

Ante las escapadas libinidosas de mis progenitores en fin de semana; nosotros habíamos creado una tradición en la cual eramos libres y realmente nosotros tras las obligaciones semanales, y con la ayuda de sustancias espirituosas, buena y mala música hemos terminado creando un mundo paralelo en la monotona y repetitiva vida del estudiante medio en el pueblo con aires de ciudad en el que vivimos.

Por ello, no quiero rayar en el egocentrismo del caós que supone mi mente (aunque las dosis de este no serán escasas),  sino escribir una oda para los que hoy son y serán para mí, mis amigos. Fiebre de Sábado Noche.





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