No puedo evitar pensar en los últimos segundos de mi vida aun a sabiendas de que nada que imagine tendrá nada que ver con mi futuro, pues la imaginación no es más que un necio collage de lo que sabemos del pasado. Intento visualizarme muriendo feliz, en un transporte público o haciendo running un día sólo por la broma, encantada ante el absurdo de fallecer así por un paro cardiaco. Si imagino que la causa de mi muerte va a provocarle una carcajada a cualquiera que se lo cuenten y no me conozca, me relajo del golpe. Si eso no funciona intento concentrarme en la mediocridad y lo bello de lo mediocre, en lo efímero y su poesía. Si nada funciona no intento rajarme las venas, me pongo a hacer algo y con el tiempo se me acaba olvidando; como a todos.
No me da tanto miedo morir como si me lo da morir pronto, creyendo que tengo toda la vida por delante. Pronto en el sentido de este año, últimamente me preocupa mucho no llegar al otoño que viene. O no visitar nunca Tokyo. A veces esa idea me pudre el devenir del día como un cáncer, como si solo por haberlo pensado ya fuera tangible. Podía rozar mi muerte a veces con los dedos y era de una solidez dudosa, como intentar tocar la ceniza de un cigarro que se consume solo.
Hoy estas ideas compulsivas de persona con claros problemas de ansiedad habían sido patrocinadas por las orejas de mi gato; preciosas como eran además estaban vivas. En mi mente la asociación común de ideas me llevo a pensar en el día que tuviera que meter su cadáver en una bolsa de basura y decidir qué hacer con el. Lo miré y me invadió una pena inmensa. Desde mi limitada comprensión humana solo quería que esa criatura fuera eterna.
- ¿Acaso nos moriremos juntos?.-
Intenté aparentar normalidad, responder al momento para desarrollar una conversación orgánica. Tenía una voz clara, al ser joven no podría decirse que se tratara de una voz muy masculina pero desde luego no era de mujer, hablaba pausada y correctamente. Me pregunté entonces si de verdad lo había oído, o mi mascota en realidad era un alienígena con poderes telepáticos, y no solo mi mascota sino todos los gatos. Comencé a sentirme rara y me senté en el sillón del salón. El se lamía con esmero, siempre ha sido muy limpio y el pelaje le brilla como si nunca hubiera sido callejero.
- No, con unos días de diferencia, pero ya no te puedo decir nada más.- interrumpió la limpieza de su pequeña zarpa para mirarme.
- ¿Qué nos queda?.- le intenté sonsacar.
- Tranquila, yo llegaré a ser el gato gordo y viejito que siempre quisiste.-
Me pareció que hizo una mueca parecida a una sonrisa, me vino a la mente entonces el gato de cheshire. Con su enormes dientes de lado a lado, en nada parecido al gato negro que tenía delante. Se desperezó como ellos lo hacen y bajo al suelo dirigiéndose lentamente a la alfombra. Cuando paró y se hubo sentado, se puso a mover su cola rota con la mirada fija en un punto, sereno y pensativo.
Aunque pueda parecer una miseria, a mi los diez posibles años que le quedasen de vida a este mi acomodado gato burgués, me parecían más que suficientes. Tengo veintidós años y siempre me ha atraído la idea de morir joven, como jesucristo y todas esas leyendas del rock que a la gente le gustan tanto. Aunque también me parece un poco para idiotas, una estupidez de adolescente enamorado de la idea de vivir. Aun así, si lo había dicho el gato tampoco es que quedara otra. Fantasee con la idea de dejar los estudios y comprarme un barco con el dinero que mis padres llevan una vida ahorrando para mi master. Coger al gato, dejar a mi novio y zarpar los mares hasta llegar a Tokyo. Cuando muera allí, que me hagan un funeral vikingo y me quemen con el gato. Pensé en contarle la idea porque seguro que le alegraba. Si era digno gato mío, una cosa así tendría que hacerle ilusión.
- Que bien Velcoro, ¿ me quieres ?- dije por el contrario, sacudida por la ternura que le tengo.
- No somos almas gemelas, pero somos dos partes del mismo todo. Te quiero mucho y sinceramente, créeme.-
Miré a mi pequeño gato, que siempre había sido así, además de delgado por constitución. Tenía los ojos mas bien grandes, como yo, pero el los tenía verdes como todo lo bonito del mundo. Me produjo un gran desasosiego saber que nos encontrábamos tan cerca, que estaba feliz de haberle tocado vivir a mi lado.
- Te creo, yo a ti también, te querré siempre.-
Si hubiera sido un perro nos hubiéramos abrazado, pero lo dejamos para mas tarde. Por el contrario se subió al sofá y se hizo un ovillo a mi lado. Entendí que no iba a hablar más, no se por qué pero se me hizo obvio. Ahí arremolinado parecía un cojín de peluche negro, pequeño y ovalado, algo que tendría Paris Hilton encima del sillón de su mansión de Malibú. También me pareció la cosa más pura que había tenido a mi alrededor desde su propia llegada. Se me lleno el espíritu y sentí la calidez de saberme en casa a través del pequeño bicho, no sabía si dormido a mi lado.
Me tumbé junto a el y me quedé mirando el techo. Había decidido creer a mi gato y pensé en si todos los gatos le dirían algo así a su dueño alguna vez en la vida. Seguramente si y es alto secreto, desde luego yo no pensaba contárselo a nadie. Igualmente, tampoco creí que a nadie le interesara nada de aquello.
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