jueves, 8 de marzo de 2018

1año.

Fingimos que toda la complicidad de la noche se convertía en nada cuando nos vestimos. Fumamos un cigarro a medias mirando por la ventana. Apenas podíamos ver más allá del edificio de enfrente, pero este estaba lleno de pequeños balcones con macetas y sillas diminutas. La mayoría de las persianas estaban bajadas, sólo quedaba una habitación iluminada en el tercero, veíamos al dueño de la vivienda sentado en su sofá viendo el tarot. El cielo estaba cubierto y la contaminación lumínica se reflejaba en las nubes tiñéndolas de naranja pálido. Casi parecía de día. Fumamos en silencio, juntos cabeza con cabeza, nos sentí parte del atrezo de la toma de algún director amateur. Cuando acabó el pitillo me dio un beso en la frente y me prometió devolverme el libro que le había dejado, se fue sin sonreír más. Lo vi alejarse calle abajo desde la ventana, fingiendo no saberse observado.

Si se hubiera girado se habría dado cuenta de que una luz se aproximaba a él desde los tejados. Habría visto que traslúcida y blanquecina como era, no producía sombras. Parecía una estrella fugaz dirigida. Si en ese momento me hubiera lanzado un beso desde abajo; con sus manos llenas; habría visto como la luz se encontraba con su cabeza y como se adentraba en su cráneo. No parecía darse cuenta, aquello me pareció una alucinación inventada por mí y sentí como si hubiera estado loca desde siempre.
Después se alejó impasible calle abajo brillando sin iluminar y me sentí más sola que nunca en el centro de mi oscuridad.  

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