He llegado a donde quizá no había llegado
aún; de donde puede que venga. Se me ha ido, y se han comido las chinches el
mal gusto por las cosas a medias. Si una vez tuve una sola voluntad, hoy está
rota y remendada; mal zurcida; y aun así es más mía que nunca. Se me ha
adherido a las entrañas como un maligno tumor sin cura, me ha echado a perder
el temor que un buen día despóticamente me reinó. Hoy soy la única autoridad en
mi templo, todo lo demás son pequeñas tiranías que intentan colarse por las
rendijas de la alcantarilla que hoy es mi sin razón. Y me encantaría decir que
soy implacable como los diamantes que te salen por la boca, pero soy más
parecida al carbón que en el pasado fue flor. Flor de cerezo quemada por la
lava escupida del tiempo. Un cadáver feliz de volver al suelo que, excretando
la vida y en vez de llegar a la cima, descendió siete veces y al fin pudo
encontrarse con dios. Dios que es cierta tonalidad de la tarde. Dios que es tu
voz consternada, viajando por el cobre que le robamos al enfermo orbe;
suspendido en el universo solo por vos.
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